Alma Delia Murillo
21/01/2017 - 12:05 am
Vicios a renglón seguido
Si ustedes son unos viciosos de leer, sabrán que mi ejercicio no tiene pretensión de intelectualismo ni de evangelización lectora.
Con lujuria, con fruición, a ratos con el alma podrida de envidia pero, sobre todo, con inmenso disfrute, el año pasado me topé con más buenos libros de los que mi mezquino espíritu puede soportar sin compartirlo.
No es mi intención recomendarles un carajo, que eso de recomendar es cosa de expertos y cada quién es muy libre de elegir las lecturas según su real gana. En todo caso pretendo calentarles el ojo descaradamente y darles a probar mi experiencia con doce autores; son los que más gocé durante el año 2016 y por los que, a vanidad batiente, me felicito de haber leído, cómo carajos no. Así que como quien pone las frutas más suculentas en la charola, vengo de ofrecida con estos títulos para sus mercedes. Insisto: si se les antojan. Si no, con pasar de largo y ya está.
Mi primer libro del año fue Estampas del Valle, de Rolando Hinojosa Smith (Bilingual Press, 1994), un extraordinario escritor mexicano-americano que lleva el arte de la narrativa chicana en las venas. Gocé línea a línea, sentí que la oralidad se hacía presente con cada vuelta de hoja y de pronto me descubrí leyendo en voz alta, intentando masticar el espanglish que magistralmente el autor maneja. En resumen: una gozada. Leer a Hinojosa-Smith es poner una piedra angular en nuestro entendimiento de la literatura mexicana, no exagero.
La portada de Cómo se hace una chica, de la autora inglesa Caitlin Moran (Anagrama, 2016), me guiñó el ojo apenas mirarnos, da vida a un personaje —Johanna Morrigan— que tiene la fuerza entrañable y conflictiva de una adolescente universal, al terminar la novela sentí que Johanna me acompañó durante días contagiándome de su desparpajo y su vitalidad.
No voy a decir que lo que sigue merece un capítulo especial en esta reseña humilde y poca cosa, pero sí que amerita en sus futuros lectores una reserva de aliento para entregarse a ella: Elena Ferrante tiene una prosa que escarba, que atrapa y no suelta por más que no entendamos por qué no podemos dejarla. Lo sostengo, la tetralogía Las dos amigas (La amiga estupenda, Un mal nombre, Las deudas del cuerpo y La niña perdida, en editorial Lumen, 2016), es una herida literaria que marca y, me parece, lo importante no es explicar por qué, sino dejarse penetrar por sus historias.
Luego del atracón anterior me encontré con una novelita corta pero preciosa por íntima y por sus cualidades minimalistas: Correr, de Jean Echenoz (Anagrama, 2010) un elegante ejercicio novelado sobre la vida de Emile Zátopek, el corredor de fondo checoslovaco. Vale cada palabra.
Después me llené de desprecio hacia Oliver Orme, un tipo odioso y culto, un pintor retirado, un cobarde de antología, un ladrón miserable y no. Un ser tan bien logrado en carácter y tan notablemente pulido con la fineza estilística de John Banville, que se torna memorable. Hablo de La guitarra azul (Alfaguara, 2016)
Este título tiene ya rato publicado pero no había tenido oportunidad de leerlo, es una golosina para la existencia: El perfeccionista en La cocina de Julian Barnes (Anagrama, 2006) un destilado de humor, aromas, procesos y alegría neurótica en la cocina de Barnes que dan ganas de levantarse a preparar alguno de los platillos aun sabiendo que el fracaso será estrepitoso.
Como la sombra que se va, de Antonio Muñoz Molina (Seix Barral, 2014) es una aventura completa, el asesinato de Martin Luther King en 1968 contado en un primer plano desde la perspectiva de su asesino, James Earl Ray; después fantaseado desde la mirada nada estridente del autor y, finalmente, en un ejercicio deslumbrante, desde el mundo interior del propio Martin Luther King. No diré más, solo que no quería llegar a la última página.
Pizzería kamikaze y otros relatos (Sexto Piso, 2014) del autor israelí Etgar Keret es una lección de cómo escribir cuentos, con una imaginación fuera de serie, una habilidad argumental y discursiva como pocas, este cabrón deja con la sensación de que no pudo ser tan fácil escribir esos relatos. O tan difícil.
Para amasar el alma, creo que para eso escribe el noruego Karl Ove Knausgard, o al menos la mía. Leí los primeros cuatro títulos de los seis que componen Mi lucha (Anagrama, 2012). Ahí hay pedazos de locura y de cotidianidad, hay intestinos y piel, ropa sucia y estúpidas borracheras, hay dolores y vergüenzas familiares, hay la vida, hay el peso del mundo en eso que Karl Ove cuenta de su propia existencia pero que consigue el milagro de ser la existencia de todos. Confieso que estoy enamorada literariamente de este señor. Soy una fanática que espera los próximos dos títulos y que llorará y aplaudirá cuando acabe la serie como hacen muchos frente a la pantalla de cine cuando contemplan sin aliento el último episodio de su saga indispensable. Que es autoficción, dicen. Yo digo que Knausgard hace literatura. De la que cuenta sobre la certeza de lo habitual y el presagio de lo extraordinario que viene con esto de estar vivos.
Botas de lluvia suecas, de Henning Mankell (Tusquets, 2016), la última novela de este indispensable autor sueco es una de esas que se antoja leer más de una vez. La genialidad, creo, es que Mankell logra personajes sugeridos y a la vez contundentes, personajes tan humanos que incluso después de descubiertos, siguen siendo un misterio. No olvido la sensación casi física en el paladar de estar probando un sabor indefinido pero irresistible. No es que sean tema nunca tocados, la historia va de vínculos y deseos vitales, de muertes misteriosas, de la vejez, de la soledad, de los impulsos. Aún así es única.
En el año 2005 la farsa de Enric Marco fue descubierta. Un mentiroso que se hacía pasar por sobreviviente del Holocausto. Sorpresa. Un recordatorio de que aún no hay personaje que supere lo que podemos hacer las personas. El mundo entero le creyó y luego le condenó por su engaño aberrante. Javier Cercas logra en El Impostor (Random House, 2014) contar con la complejidad necesaria esta atronadora historia. Dueño de una prosa deslumbrante y honesta, Cercas va horadando en la conciencia hasta que la duda de si no seremos todos impostores de tiempo completo hace resonar las campanas en algún lugar del yo.
El último título: Criaturas de un día, de Irvin D. Yalom (Destino, 2015). Es uno de esos textos que hay que llevarse puestos a la tumba. La psique de los pacientes de Yalom se desgrana en cada hoja, es un concierto terapéutico para todos: para los pacientes, para el propio autor y para los que tenemos la desfachatez e inmensa fortuna de leerlos. Relatados con la infinita empatía de Irvin Yalom que vuelve líquido al corazón más duro, estos casos de terapia son como mirarse reflejados en las aguas sagradas de la condición humana.
Pues ahí tienen. Un autor por mes para este 2017 todavía tiernito.
Si ustedes son unos viciosos de leer, sabrán que mi ejercicio no tiene pretensión de intelectualismo ni de evangelización lectora. Todo lo contrario, viene manchado con una pátina de esa sórdida pulsión alcohólica que, cuando pruebas un buen mezcal o un whisky inigualable, te hace buscar compañía desesperadamente pues anhelas que alguien se intoxique contigo porque yo qué sé. Porque así son los pinches vicios. Compartan los de ustedes.
@AlmaDeliaMC
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